Presentación

Las cosas sencillas no necesitan recordatorios porque están grabadas en nuestra memoria. O eso creo. Como las recetas de casa de toda la vida, que casi no son recetas, son parte de la  de la memoria colectiva/ familiar.
Porque a qué español se le puede ocurrir transcribir la receta de la tortilla de patatas?, de la sopa de ajo? o de las lentejas de casa?...
Pues a mí, porque cuando yo tuve que hacer mis primeras lentejas, me di cuenta que no sabía exactamente qué ponía mi madre ni en que proporciones.

Digo esto porque no se que decir y estoy haciendo una prueba: la del algodón.

Pero se me ocurre que quizás aquello que yo doy por sentado en cuanto a recetas domésticas se refiere, puede ser un hallazgo para otro; así que, por si me da un ataque de amnesia o si alguien lo necesita: voy a escribir todas las recetas que recuerde, las que anoté en una pequeña libreta de notas de papel cuadriculado hace mucho, mucho tiempo, las que aprendí después, las que llegaron a mí por casualidad, las que son el fruto de la experimentación, las exóticas que han llegado a hacerse un hueco en nuestra mesa  sin importar la categoría y de momento sin clasificar.
...Eso ya se verá cuando llegue el momento.

Tengo que hablar primero de esa libreta, es importante porque data del mismo tiempo en que le pedí a mi madre que me explicase como se preparan unas lentejas.
Como he dicho es una libreta corriente de un cuarto de página con las tapas rojas y papel cuadriculado.  Todavía se vende en papelerías al módico precio de 80 céntimos. Corriente, pero tiene un especial significado para mi.
Entonces yo trabajaba en una empresa. Mi compañera de labores A., una señora de la misma edad que mi madre, divertida y abierta me enseñaba cosas de lo más diverso, desde como hacer bordado de frunces a canciones populares antiguas que ya lo eran cuando ella las aprendió de niña.
Creo que esto fue muy enriquecedor para mí.

A. solía relatar aventuras y anécdotas de cuando era joven con una gracia sin igual. Contaba cosas de su entorno y  de otra época muy distante para mi imposibles de repetir;  que aunque ella era muy pequeña, nueve o diez años, es edad suficiente para conservar vívidos recuerdos de la vida en aquellas fechas, las costumbres sociales, el trabajo, las fiestas y como no, de la guerra civil española, de los bombardeos continuos a la población por los aviones del ejército que luego ganó la guerra,  las sirenas de alerta y las salidas de casa con lo puesto hacia los refugios antibomba.
Refugios que todavía hay repartidos por la ciudad y que ahora son atracción turística. Irónico, ¿no?

Por dramático que pueda parecernos ahora, ella le daba un toque anecdótico, nada traumático de esto pasó y yo estaba allí, nada más. Quizás fuera por la edad. Los niños ven las cosas de un modo distinto a los adultos.

A. vivía con su madre viuda y su tía, hermana de esta y modista de profesión.
Su tía, María, además de modista era una gran cocinera y es de ella de quien poseo un surtido de recetas clásicas de la cocina de la zona.

Y es aquí donde entra en escena la libreta; la compré para apuntar las recetas de María que me dictaba A. en los ratos de descanso del trabajo (por eso es pequeña).

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